¿Les dije que casarse es lo más lindo, pero también lo más estresante del mundo? Los últimos días con FE son una montaña rusa de emociones. Por un lado, la emoción de tener todo casi casi cerrado, listo para una noche inolvidable con muchísima gente que queremos. Por el otro, seguir corriendo con mil cosas, algunas grandes, otras chicas, pero todas acumulables para hacer una “lista de pendientes” más gorda que “La Guerra y la Paz”. Ya repetimos tres o cuatro veces: “la próxima vez (¿próxima vez?) nos escapamos a Las Vegas y nos casamos con un Elvis”. ¡No es mala, eh!
Desde hace dos o tres semanas, Mariana (ya estamos cerca del final, le puedo dar nombre, ¿no?) está muy nerviosa. No mal, no con dudas, sino cansada de tantas cosas que hay que hacer. Y yo venía un poco más tranquilo, piloteando la tormenta y tratando siempre de ser la cabeza fría de la pareja, el que trata de parar un poco la pelota, correr menos y pensar más. Creo que es una analogía muy futbolera para Cosmo, ¡sepan disculparme!
Pero el domingo pasado, dos semanas antes de la #BodaZ, me empezó a caer la ficha. Son tantas cosas para hacer en la semana previa a la fiesta que les juro que no se cómo vamos a hacer para no olvidarnos nada. Durante el almuerzo dominguero con mis suegros surgieron mil temas: exámenes, firmas, trajes y vestidos, torta, hotel, traslados, invitados, luna de miel, plata, plata y más plata. Es complejo, y mi panza se empezó a retorcer como en la previa de un examen final.
Ese día, obviamente, volvimos a casa y nos pusimos a ordenar, por enésima vez, la lista de pendientes. El plan de siesta se transformó en una tarde de actividad intensísima. No pensé que iba a ser un Groomzilla, pero es cierto que llega un momento en el que la situación parece desbordarte y necesitás un grupo de soporte -y una mujer con la que quieras pasar el resto de tu vida- para aguantar los cimbronazos.
No lo voy a negar: FE está bastante más nerviosa que yo, y cuando me ve que flaqueo me dice: “vos no te pongas nervioso, necesito que me calmes a mí”. Y es lo que voy a intentar en estos días intensos… Y el resto de nuestras vidas.
No se preocupen, ya estoy un poco más tranquilo, aunque cuando lean este post solo van a faltar ocho días para EL día que venimos planificando durante casi diez meses. ¿Nervios? Un poco. Pero nada que no podamos manejar.
Y les cuento un dato de color: en uno de los primeros posteos, cuando hablé sobre un ataque de Bridezilla, la querida editora de Cosmo Pao Pluzzer me dijo que era más divertido hablar de Groomzilla, de los ataques del novio. “Bridezilla ya lo vimos mil veces, lo que queremos saber es cómo lo vive el novio, si se pone nervioso como nosotras”, me dijo. Y yo me negué. No quería exagerar nervios, no quería sentir que hacía ficción en un relato que buscaba ser 100% real de mi vida, de mi casamiento. Pero Pao tenía razón: la ansiedad llegó, y me faltan los bracitos cortos y los colmillos afilados para ser un auténtico groomzilla




















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