Agustina Fernandez nació en Buenos Aires, el 28 de diciembre de 1981. Es Periodista, creadora y Directora de la revista Gata Flora y colaboradora permanente del diario La Nación, entre otros medios. En los últimos años se descubrió fotógrafa y escritora. Retrato de una mala madre es su primera novela, un texto crudo y honesto, que indaga en los aspectos más oscuros de la maternidad.
¿Qué es lo que más te seduce de la literatura que no encontraste en el Periodismo?
La libertad absoluta para viajar a otras vidas, meterse en la cabeza de los personajes más disímiles, e intentar entenderlos y hacerlos hablar con coherencia. Creo que en la literatura sólo hay una regla: la verosimilitud. En el periodismo, en cambio, hay tantas…
¿Cómo surgió la idea de escribir Retrato de una mala madre?
La historia comenzó a partir de una noticia que me despertó un universo de dudas: una madre había matado a su hijo para vengarse de su marido. Por supuesto, los medios la sentenciaron loca y la condena social la llevó al suicidio. Pero yo, que acababa de ser madre y estaba embarazada de mi segunda hija, me preguntaba qué le pasaba a esa mujer, por qué había llegado hasta ahí, cuál sería su historia, qué la atormentaba… De eso se trata un poco mi novela, de mostrar, no sin dolor, lo que nadie quiere mostrar de la maternidad, pero que no es más que la verdad pocas veces confesada de tantas mujeres de hoy y de siempre.
Teniendo en cuenta la contratapa del libro, en la que se cita El segundo sexo de Simone de Beauvoir (“El amor maternal no tiene nada de natural: pero, precisamente, por eso, hay malas madres.”), ¿Por qué pensás que el tema de la maternidad necesitaba ser contado desde una perspectiva tan radical?
Porque creo que venimos asistiendo a un discurso unilateral desde hace muchos años respecto de la mujer, en general. Y aunque, afortunadamente, hay muchas voces que emergen para demostrar lo contrario, siguen siendo una minoría. La representación de los roles femeninos, tanto en la vida real como en la ficción, suele ser pobre, superficial, según mi punto de vista. Lamentablemente, cuando se trata de la mujer siempre habrá una etiqueta, un concepto dominante para designarla: linda, inteligente, femme fatale, susanita, loca, rebelde… Y en el caso de la maternidad, esta tendencia se ve muy claramente. La experiencia de la maternidad suele ser representada como la gran meta femenina, la mujer-madre debe sentirse realizada, orgullosa de sus hijos, y doblegar para siempre sus deseos y necesidades en pos de ellos. No hay nada más indecible para una mujer, aún en las sociedades actuales, que la maternidad ha sido un fracaso, que una no sirve para eso o que no lo disfruta en lo más mínimo.

¿Te definirías como feminista?¿Por qué?
Siempre me atrajo el concepto del feminismo. Incluso, desde que era chica y no entendía muy bien de qué se trataba. Desde su terminología hasta su estética, pasando por su valentía y la lista de mujeres maravillosas que han enarbolado su bandera, me parece un movimiento natural y maravilloso. Todas ellas me inspiran, las admiro por llevar esa doctrina con coherencia. Mi pensamiento está atravesado por el feminismo, sin dudas. No soy una combatiente de esas que toman las calles, aunque me hubiese gustado serlo quizá en otra vida, pero sí aporto lo mío a la lucha por la igualdad de género a través de la palabra y pienso que todas deberíamos tener un cuarto propio, real o imaginario, pero propio.
Hay una serie de escritoras que están eligiendo contar historias desde el terror o lo extraño, como Mariana Enríquez o Samantha Schweblin. Pienso que Retrato de una mala madre se inscribe un poco en ese contexto ¿Por qué crees, desde tu experiencia, que se da este fenómeno?
Como en todas las épocas hay patrones que se instalan, nada casualmente. En el tiempo de Jane Austen, por ejemplo, las mujeres que escribían, muchas bajo seudónimo masculino, solían hacerlo sobre lo que conocían: la vida doméstica. Desde mi única experiencia, puedo decir que la literatura, como cualquier otro medio de expresión, sirve de testimonio de época. Y nadie puede negar que asististimos a un presente hostil, violento y extraño. También está la valentía de muchas, que tanto le debemos a las feministas de las que hablábamos, de animarse a contar una historia oscura, perturbadora y de difícil digestión, aunque a muchos no les guste.






















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