“Un domingo de abril de este año, me llegó un mensaje de texto de Maximiliano Guerra, nuestro director del Teatro Colón, para contarme que el National Opera Ballet de Grecia quería que yo hiciera Cenicienta porque su bailarina se había lastimado. Aunque yo había hecho ese papel dos años atrás, tenía que recordar la coreografía y, además, realizarla con un partenaire nuevo. El estreno era ese mismo viernes”, explica Nadia Muzyca.
Mientras viajaba de Buenos Aires a Roma, la bailarina se dedicó a reproducir, una y otra vez, el video del ballet Cenicienta en su DVD portátil. Su compañera de asiento la miraba con desconcierto, pero Nadia estaba tan concentrada tomando notas que apenas se dio cuenta de lo que pasaba a su lado cuando el viaje estaba por terminar.
Desde Roma tomó otro vuelo a Atenas, apenas tres días antes de la gran noche. “Llegué al hotel, me dieron una hora para prepararme y me llevaron directo al teatro para que hiciera un preensayo con vestuario. Yo casi no había dormido, me dolía la cabeza y me zumbaban los oídos, pero finalmente salió todo genial”, recuerda la bailarina mientras bebe una gaseosa en un bar ubicado en el pasaje angosto que atraviesa el Teatro Colón.
Entre risas, cuenta: “Eso fue digno de un cuento de Cenicienta. Más allá de la anécdota, creo que fui capaz de hacerlo gracias a la experiencia que acumulé todos estos años”.
PRIMER ACTO:
UNA VOCACIÓN TEMPRANA
Nadia nació y se crió en la ciudad de Quilmes, en el sur del Gran Buenos Aires, y desde niña sintió pasión por la danza. “Las reuniones familiares eran la excusa perfecta para encerrarnos en la habitación con mis primas y preparar coreografías durante horas. Después, hacíamos un show para todos”, recuerda. Cuando cumplió cinco años, sus padres decidieron anotarla en una escuela de danza. “Ahí encontré mi vocación”, afirma Nadia. Lejos de tomarlo como un hobby, ella lo encaró con seriedad. “Me ubicaba en la barra frente al espejo para poder mirarme y corregirme, de acuerdo a lo que me indicaba la profesora. Cada clase era una oportunidad para perfeccionarme”, afirma.
Su pasión y su talento no pasaron inadvertidos. A los nueve años, por sugerencia de su maestra, Nadia rindió los exámenes de ingreso al Teatro Colón. “El primero era físico: observaron mis pies y mi columna, y comprobaron mi elongación. Las otras dos evaluaciones fueron técnicas. La mayoría de las chicas que se encontraban ahí estaban más entrenadas que yo, que había tomado clases con una docente de barrio. Sabía lo justo y necesario, pero lo sabía bien. Aunque las pruebas fueron muy rigurosas, quedé seleccionada. Cuando pasé a formar parte del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, mi vida cambió rotundamente”, asegura la artista.
Cada mañana se cumplía el ritual: Nadia se vestía junto a la estufa, su madre le hacía un rodete y caminaban juntas hasta la parada del colectivo que la llevaría desde Quilmes hasta Plaza Constitución, y luego al Teatro Colón. “A la tarde, iba a la escuela. Más allá del sacrificio, estaba feliz”, cuenta la bailarina.
SEGUNDO ACTO:
UNA CARRERA EN ASCENSO
A los 14 años, Nadia fue convocada por Julio Bocca para formar parte del Ballet Argentino. “Aprendí a ser profesional al lado de él: fue el primer bailarín con el que hice un dúo”, cuenta ella. Su adolescencia transcurrió entre escenarios y aviones. “Vivía de función en función, y eso me dio mucha experiencia. No pude ir al viaje de egresados con mis compañeros, pero di la vuelta al mundo en una gira por los cinco continentes. Aunque a veces me despertaba y no sabía en qué país estaba, era lo máximo para mí”, evoca.
A los 20, Nadia viajó a Europa a ‘probar suerte’ durante un mes y medio. “Trabajaba en una compañía, pero me di cuenta de que, además de bailar, quería formar una familia y estar cerca de mis papás y de mi hermano, así que decidí volver. Lo más importante fue que no me quedé con la duda de ‘¿Qué habría pasado si…?’. Eso habría sido un error”, asegura. Ella tenía un objetivo: ser Primera Bailarina del Teatro Colón. “Aunque parezca mentira, no todos tienen esa meta, porque implica muchísima responsabilidad, y no cualquiera se banca esa presión. Te evalúan constantemente y siempre estás siendo juzgada: por tu maestro, por tus propios compañeros y, finalmente, por el público y la crítica”, afirma. Nadia aprendió a convivir con la mirada ajena y a lidiar con otros aspectos difíciles de su profesión. “El ballet es una disciplina muy competitiva: eso quedaba en evidencia cada vez que venía un coreógrafo del exterior a elegir a alguien para interpretar un rol principal. Por eso, contar con la confianza y el apoyo familiar es fundamental”, afirma.
INTERVALO
En 2010, dos días antes de Navidad, Nadia se enteró de que estaba embarazada. “Decidí tomarme un año sabático. Trabajo desde los 14 , así que me dije: ‘Este es mi momento de arreglar la casa y de dormir la siesta’. Todo el tiempo acariciaba mi panza”, recuerda. Su hijo Valentino nació el 30 de agosto de 2011. En febrero de 2012, ella volvió a bailar Carmen en el Teatro Colón. “Durante ese impasse no extrañé el ballet porque me fui sabiendo que iba a volver. Cuando regresé, me dieron la categoría de Primera Bailarina”, cuenta con orgullo.
TERCER ACTO:
ovacionada por todos
La pasión de Nadia la lleva a involucrarse con cada personaje. “Cuando tengo que preparar un rol, investigo en Internet y miro videos para ver cómo lo interpretaron otras bailarinas. Adoro los dramas, me encanta terminar tirada en el piso. Cuanto más sufre la protagonista, mejor: siento que hay mucho para desarrollar”, cuenta.
Por supuesto, no todo es perfección en su carrera. “Era Primera Bailarina cuando resbalé y me caí en el escenario del Colón. Me paré y seguí bailando. También me pasó de olvidarme la coreografía porque la había preparado en poco tiempo. Son casos excepcionales, pero cuando suceden tenés que poner cara de ‘está todo bien’ y continuar”, asegura.
Para Nadia, parte de su éxito se debe a que siempre tuvo muy claro cuál era su objetivo. “Desde chica supe que quería ser Primera Bailarina del Colón. Defiendo mi título y lo respeto: es muy grande, lo digo y me enorgullezco. Por eso me esfuerzo todos los días para hacerle honor”, dice. “A veces no tengo ganas de tomar una clase porque estoy cansada o porque me duele algo, pero lo hago igual. Siempre a conciencia, por supuesto, para no lastimarme”, dice Nadia.
El año pasado, ella fue nominada a los premios Benois de la Danse Moscú (N. de la R.: son los Óscar de la danza), como “Mejor bailarina”.
Hoy, como cuando era niña, Nadia reparte sus días entre el Teatro Colón y Quilmes. “Estoy preparando el papel de Julieta (de Romeo y Julieta) para la temporada que se estrena a mediados de octubre en el Colón. Como si fuera poco, me invitaron a Egipto, a Alejandría y a Viena a llevar mi propio espectáculo de Tango Ballet en febrero próximo. Es un gran proyecto también, una puerta internacional que se abre: de Quilmes a Egipto”, bromea.
Mientras tanto, Nadia se prepara para cumplir otro sueño: inaugurar su escuela de danza en su barrio natal. “Voy a ser la directora y a dar clases de ballet junto con otros maestros. Me da mucha ilusión tener mi estudio en este momento tan especial de mi carrera. Ojalá salgan de allí buenas artistas y, por qué no, futuras Primeras Bailarinas”, concluye.

























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