Jabones decorativos: Pequeños, coloridos y con todo tipo de formas: conchas marinas, corazones o estrellas. Los ponen en cada rincón de la casa pero no quieren que nadie los use. Después, cuando estamos en la ducha y realmente necesitamos enjabonarnos, tenemos que usar un “shampoo para cabello rebelde con esencia de mango” porque no encontramos ni un solo jabón.
Ropa supercara para ir al gym: Cuesta más que la cuota mensual del gimnasio, no tiene sentido.
Calentar el ambiente: No está mal ser friolenta, pero poner la calefacción tan alta, nos hace pensar que estamos en el mismísimo infierno… ¿Un plus? Todavía no es invierno.
Celular con carcasa de colores llamativos: Si fuera más discreto, podría pasar desapercibido para los ladrones.
Medias largas como jeans: A pesar de no entender por qué suponen que una tela tan ajustada y semitransparente puede reemplazar un jean, con el tiempo supimos aceptarlo.
Faldón de cama: El colchón no necesita ropa.
Usar sobretodos largos: Hacen que se vean como un sultán otomano del siglo XIV.
Bolsos de mano gigantes: Ya estamos acostumbrados a que tienen que cargar con mil cosas, pero ¿es necesario llevarlas todas juntas a todos lados?
Baños eternos: ¿Llenar la bañera con agua tibia y sumergirte en tu propia mugre? No, gracias.
Emoticones en los SMS: Tipear ocho caritas distintas después de decir que están corriendo porque llegan tarde no nos hace pensar que están realmente arrepentidas, sino más bien que no saben manejar sus emociones.
Prendedores: ¿Cuántos tienen? ¡Los encontramos por todos lados!
Llorar con publicidades estúpidas: Cachorros, niños o ancianos, en la vida real no les sacan ni una lágrima, pero si aparecen en un comercial de tarjetas de crédito, lloran sin consuelo.
Tener de enemigas a tus amigas: Los hombres también discutimos con amigos. La única diferencia es que no hablamos con ellos todos los días.























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