“Convertí mi dolor en un motivo de lucha”

A los 12 años, Micaela Notz perdió a su única hermana en un choque automovilístico, y decidió evitar que otras personas sufrieran lo mismo. hoy dirige una ONG de seguridad vial que fundó junto a su mamá.

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“Convertí mi dolor en un motivo de lucha”

La infancia de Micaela y de Úrsula Notz estuvo atravesada por las costumbres del barrio rosarino en el que vivían. Mica recuerda especialmente la casa con patio grande y árboles, y los juegos con los amigos del vecindario. “Cuando mis viejos se separaron, mi hermana se convirtió en mi referente. Como ella era mayor yo la tenía un poco idealizada. Obviamente, nos peleábamos: Ursi era muy chispita. Cuando nos retaban, ella saltaba. Le encantaban el teatro y la comedia musical: adoraba mostrarse, hacía berrinches para llamar la atención”, cuenta.

La noche más triste

El sábado 22 de mayo de 2010, Úrsula, que tenía 16 años, fue a bailar para festejar el cumpleaños de su amiga Carla Alfaro. A la salida del boliche, Matías Capozzuca las invitó a dar una vuelta en el BMW que había “tomado prestado” de la concesionaria de su papá. Él estaba borracho (el test indicó 2,5 de alcohol en sangre y el límite legal es de 0,5 gramos por litro). Iba a 115 kilómetros por hora cuando perdió el control del vehículo y chocó contra un árbol. Úrsula y Nayib Abraham (un amigo que acompañaba a Capozzuca) murieron, y Carla quedó con secuelas gravísimas que apenas le permiten abrir los ojos. El conductor intentó escapar. Nunca se presentó ante las familias de las víctimas, y tampoco lo hicieron sus padres.

La noche de la tragedia, Micaela se había quedado a dormir en casa de una amiga. A la mañana siguiente, la despertaron y le pidieron que se levantara. “Cuando empecé a bajar la escalera, la mamá de mi amiga me dijo: ‘Le pasó algo a tu hermana’. Supe que era grave, pero nunca imaginé algo tan trágico. Entonces, vi que mis papás lloraban y corrí a abrazarlos”, recuerda entre lágrimas. “Me dijeron: ‘Ursi tuvo un choque y falleció’”. A partir de ese momento, todo fue una pesadilla para Mica. “Me sentía flotar y lloraba sin entender. No quise ir al velorio. Las puertas de la casa de mamá quedaron abiertas: entraba y salía gente sin parar. El ambiente era de una enorme tristeza, pero también de mucho amor”, asegura.

Esa noche comenzó la ardua tarea de seguir adelante. Mónica, la mamá, concentró su energía en sostener a su hija. Le preguntó si quería acomodar el cuarto que compartía con su hermana. “Cambiamos los adornos y las fotos, pusimos flores y un chico vino a pintar la habitación ese mismo domingo”, recuerda Mica.

A los pocos meses, ella y su mamá se mudaron a un departamento. “La ausencia de Uri se hacía insoportable. Preferimos construir un nuevo hogar, con mi hermana presente desde otro lugar. Si bien guardamos cartas, cartelitos y hay fotos de ella por todos lados, de a poco empezamos a desprendernos de otros objetos. Entendimos que los recuerdos y el amor están muchísimo más allá de lo material”, cuenta la rosarina.

Micaela sintetiza su adolescencia: “A los 13 años, mis amigas pensaban en ropa para ir a fiestas, y yo, en comprar el ibuprofeno para mi mamá porque tenía fiebre. En ese momento supe que todo había cambiado”.

Correr el pensamiento de la ausencia

Después de la tragedia, la familia y los amigos de Úrsula empezaron a reunirse espontáneamente para recordar anécdotas, mirar fotos y acompañarse. “Se nos ocurrió hacer mil flores de cartulina y colocarlas en el lugar en el que fue el siniestro junto a los nombres de Úrsula y de Carla. Fue algo muy artesanal, nuestra primera acción”, recuerda Micaela. Más adelante, apadrinaron la plaza a la que las llevaba su abuela cuando ella y su hermana eran chiquitas, que estaba descuidada. Junto a tres artistas, pintaron un mural. “Fue un homenaje alegre, que se convirtió en un símbolo. En ese parque hicimos recitales, obras de teatro y espectáculos para chicos”, explica.

Un día, Mónica hizo un planteo que marcó el camino futuro: “¿Y ahora, dónde ponemos todo este dolor?”. “Mi mamá fue la primera en entender que, si pretendíamos justicia, debíamos mantenernos firmes para lograr que el caso no pasara inadvertido, dice Mica.

Sus padres se dieron cuenta de que mucha gente vivía una situación similar, y decidieron convertir el espacio de encuentro por la memoria de Úrsula en uno de intercambio de experiencias. “Nos sentíamos desprotegidos y sin contención. En ese momento no éramos una agrupación, pero decidimos sacar la personería, seguir adelante y hacer más cosas”, cuenta Mica.

En acción

La asociación civil “Compromiso Vial por Úrsula y Carla” (www.compromisovial.org.ar y @compromisovial en Twitter) quedó conformada en 2008. Gracias a las donaciones, logró una infraestructura: un equipo de trabajo y una oficina. Varios estudiantes universitarios se acercaron para hacer pasantías y se sumaron voluntarios. Muchas personas que habían perdido a un ser querido en un siniestro vial llevaron propuestas para desarrollar acciones. “Había dejado de ser algo dedicado exclusivamente a nuestro caso y a nuestra pérdida. Convertimos nuestro dolor en un motivo de lucha”, dice.

Matías Capozzuca, el responsable de la muerte de Úrsula y de Nayib, hasta hoy argumenta que fue un accidente. El fallo le dio tres años de prisión efectiva (recuperó la libertad a los ocho meses) y diez años de inhabilitación para conducir. “Él busca artilugios legales para sacar nuevamente la licencia”, cuenta Mica.

En 2012, cuando alcanzó la mayoría de edad, ella asumió la presidencia de la asociación. “No queremos que nadie tenga que pasar por algo como lo que nos sucedió: nuestro objetivo principal es reducir los índices de inseguridad vial. Eso está ligado a la Justicia: hay que cambiar las leyes y lograr que se cumplan. Las condenas deben ser efectivas. El problema surge cuando hay grises y cada uno lo interpreta del lado que le conviene”, opina ella.

Entre otras propuestas, “Compromiso vial por Úrsula y Carla” dicta talleres para chicos y para adultos, y realiza distintas campañas. “Tratamos de ser creativos a través del arte, sin apelar al morbo. Buscamos festejar la vida y no lamentar la muerte. Damos un mensaje de seguridad vial desde la alegría, planteamos: ¿qué hacemos los que quedamos vivos? De esa manera, corremos el pensamiento de la ausencia y nos enfocamos en las cosas lindas que podemos realizar. En la asociación somos bastante mandados, no tenemos miedo de hacer. Todo puede salir mal, pero preferimos eso antes que quedarnos quietos por miedo. Como grupo, rescatamos el aprendizaje”, explica Micaela.

Volver a sonreír

Hoy tiene 23 años, está haciendo  un curso de intercambio en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, en México. “Mi objetivo es recibirme de arquitecta y dedicarme a la seguridad vial desde el urbanismo”, dice.

A pesar de la distancia, la estudiante mantiene un contacto diario con sus familiares. “Necesito saber que todo está bien, que no les pasó nada ni se sienten tristes”, explica.

Micaela cuenta que, desde hace años, convive con un dolor que aprendió a canalizar en el trabajo. “Cuando necesito mucho a Úrsula, la busco en alguna canción o miro sus fotos: lloro, pero la recuerdo con una sonrisa. Ella siempre me mostraba el lado bueno de las cosas y me transmitía alegría. Sus berrinches me sacaban de quicio, pero también me hacia reír”, confiesa mientras sonríe entre las lágrimas.

Micaela asegura que la muerte de su hermana le dejó muchas enseñanzas. “Aprendí a aceptar que no debo esperar nada porque no sé qué puede pasar mañana. La tristeza va a estar en suspenso siempre, pero puedo proyectar y soñar. Si uno se queda vivo, es para disfrutar. Yo estoy feliz de haber convertido esta lucha en parte de mi vida”, concluye Micaela.

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