A los 30 años, Guadalupe Aráoz parecía haber logrado todo lo que se había propuesto. Se había recibido de economista en la Universidad Torcuato Di Tella, trabajaba para Suiza en una compañía argentina y manejaba inversiones. “Ganaba muy bien y no tenía ninguna preocupación más que ir a la oficina. Después, salía con amigos, tomaba sol, iba al jacuzzi o visitaba a mi familia. Hasta que una tarde se me ocurrió evaluar mi vida, y me di cuenta de que durante once meses esperaba las tres semanas de vacaciones. Cada vez que conocía una nueva cultura, lo único que quería era seguir viajando. Volver me generaba tristeza”, explica Guadalupe.
Su psicólogo le propuso pensar en qué la haría sentirse feliz y realizada. Ella quería vivir de la fotografía, la escritura y los viajes, pero consideró que se trataba de un imposible. Sin embargo, un tiempo después, reconsideró esa idea. En junio de 2012, la economista viajó a Israel, donde conoció a un chico argentino que recorría el mundo vendiendo artesanías. “Admiré mucho su valentía. A mí me parecía que yo no contaba con ningún don especial, pero él me dijo que solo tenía que optar por algo que me hiciera bien a mí y que le gustara a otro. Ahí fue cuando pensé: ‘¿Y por qué no?’”, recuerda.
LA GRAN DECISIÓN
“Decidí dejar de trabajar de analista financiera para cumplir mi sueño de viajar y de escribir”, explica Guadalupe. Durante meses, ella se dedicó a ahorrar y a planificar. Era consciente de que no le iba a ser fácil resignar la estabilidad que le daban sus afectos cercanos o un sueldo fijo todos los meses, pero siguió adelante con su decisión. La economista dio un preaviso de cuatro meses a la empresa, y creó el blog “Hasta pronto, Catalina”, una bitácora de viaje que lleva el nombre de su gatita, y, en abril de 2013, embarcó rumbo a Asia.
Guadalupe recorrió China, Tailandia, Camboya, Malasia, Indonesia, Brunei y Borneo. “El viaje duró alrededor de un año. Como yo no manejaba las lenguas locales, resultó sumamente introspectivo”, explica. Por primera vez en su vida, la economista se subió a una moto. “En Indonesia me fracturé un pie y estuve un mes enyesada. Como en esas condiciones no podía usar el transporte público, una amiga de allá me enseñó a manejar una moto automática”, cuenta Guadalupe. “Siempre me gustaron esos vehículos, mi papá tenía uno. La moto te permite llegar a los lugares que querés, te da libertad y no te aísla: seguís en contacto con el alrededor”, asegura la economista.
EL REGRESO IMPREVISTO
La noche del 20 de febrero de 2014, en una ruta de Camboya, el destino de Guadalupe dio un revés. El camino de ripio estaba húmedo y resbaladizo, ella logró esquivar un cartel, pero no advirtió la extensión metálica que sobresalía de él. “Volé por el aire en cámara lenta. El dolor que sentía era tan fuerte que no puedo describirlo. Tenía la moto arriba de la pierna izquierda, que estaba ensangrentada. Y también me había fracturado la clavícula”, recuerda la motociclista.
Guadalupe fue trasladada a la ciudad en un ‘tuc tuc’ (un transporte típico asiático de motito carrozada), y de allí la llevaron en taxi a un hospital de la capital, en el que la operaron de urgencia: le colocaron una prótesis metálica en la clavícula. “Hicieron lo que pudieron, pero el posoperatorio fue muy doloroso. Sentía que la herida me quemaba. A los diez días, gracias al seguro de viaje, regresé a Buenos Aires acompañada por un enfermero”, relata Guadalupe.
En marzo de 2014, los médicos porteños le explicaron que era necesario realizar una segunda intervención quirúrgica para corregir los defectos de la primera. Luego tuvo que cumplir un estricto tratamiento kinesiológico. “En ese momento tomé conciencia de muchas cosas. Me di cuenta de que todo aquello a lo cual yo le daba importancia, como los bienes materiales, no tienen el valor y la fuerza de una caricia. También fue muy fuerte darme cuenta de la fragilidad del cuerpo, de que uno puede desaparecer de un momento a otro”, cuenta Guadalupe.
Ella admite que no le fue fácil volver a adaptarse a la vida en la ciudad. “El choque cultural fue muy fuerte. Estuve dos meses sin ver a nadie hasta que entendí que era yo la que había cambiado y que debía ser más comprensiva y paciente”, recuerda.
VOLVER AL CAMINO
Guadalupe se recuperó de las secuelas físicas del accidente, pero le llevó un poco más de tiempo superar el miedo. Entendió que tenía una sola forma de vencerlo: en enero de este año sacó el registro y volvió a subirse a una moto (esta vez, propia): una Honda XR 125L a la que bautizó “Sami” (en quechua significa “venturosa y airosa”). “Decidí salir a la ruta de nuevo”, cuenta. Además de todo el país, Guadalupe planea recorrer Paraguay, Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Panamá, México y Estados Unidos. Ella dispone de $ 3000 mensuales que recibe por los artículos que escribe para algunas revistas de viaje y el aporte de sponsors.
“Subo el itinerario al blog y, muchas veces, la gente me ofrece lugar para alojarme o me quedo en la casa de otros motociclistas que conozco en el camino. Es increíble la hospitalidad de la gente: es un dar y recibir constante”, asegura la economista. “Viajar me hace ser mejor persona, crecer internamente y aprender de los demás. Me animé a escuchar mi deseo y hoy disfruto y valoro lo que soy y lo que tengo”, concluye Guadalupe.
“¿ME JUEGO O NO?”
Apostar a un sueño es genial, pero antes de tomar una decisión que implica dar un giro de 180º a tu vida te conviene evaluar algunas cuestiones.
1.Lo primero que debés considerar: ¿Tu proyecto es una estrategia para huir de una situación que te genera malestar? Antes de saltar al vacío, tratá de solucionar lo que te molesta.
2.Tené en cuenta tus posibilidades . Por más que haya dificultades, tu sueño debe ser factible. Las chances de que te conviertas en emperatriz de una isla paradisíaca son casi nulas.
3.Preparate. Analizá los recursos (materiales y emocionales) con los que contás para concretar tu sueño. Elaborá un plan con etapas precisas. Te conviene tener en cuenta opciones en caso de que tu proyecto no resulte como lo esperabas.
























Comentarios