Nena, a vos que pensás que tu pareja es incondicional y que va a estar en las buenas, en las malas y en las peores, debo darte una noticia dura: no es así. Para nada. Muchas veces, nosotros decidimos dejar de remar y bajamos la guardia. Es cuando la relación corre serio riesgo. Como este columnista (yo) es muy bondadoso, acá tenés todos los posibles casos. ¡Atenti!
Comentarios de más
No hace falta que tu chico te mencione la terrible frase “¿Te pido un remís?”, después de un momento de pasión, para que te des cuenta de que está cansado de lo que hasta ese momento era un noviazgo. Es como cuando vos te mirás al espejo y le preguntás: “¿Estoy gorda?”, buscando la respuesta reconfortante, y te responde un frío: “Sí, estás gorda”, con tono de sincericidio. Esta es la clase de línea de comentarios en la que está él: “¿Cómo me queda este vestido nuevo?”, y de parte del muchacho, sin ningún tipo de titubeos, se escucha un “Como el cu…”. O cuando volvés de la peluquería con un raro peinado nuevo, y te recibe con un “¿Pero qué catzo te hiciste? ¿Cuánto te salió eso? Yo en cinco minutos me lo corto, y me sale menos”.
Actitudes reveladoras
Ojo, tampoco hace falta que diga nada. Hay actitudes que revelan todo, por ejemplo, en lo que se refiere al reparto de los espacios. Antes, te dejaba más de la mitad del placard, como corresponde en toda relación, pero ahora te desayunás con que deposita sus remeras (incluso las usadas en el fútbol semanal) sobre tus propias prendas, con total desaprensión… O está haciéndote un reclamo territorial o ya no le interesa más nada. Ni hablar de que antes te esperaba hasta que terminaras de arreglarte y dieras dos vueltas a la casa porque te habías olvidado de la mitad de las cosas, mientras que ahora te banca, pero en la puerta de calle, en el auto… o directamente en el lugar al que van a ir. Más palpable aún es que en los primeros meses te quería impresionar haciendo flexiones en el living. Ahora, hace provechito durante una película y tiemblan hasta los actores. Incluí en el listado la clásica visita al shopping, que tantas veces soportó. De repente, empezó a inventar excusas para no estar dos horas mirando vidrieras.
Por último, antes te acompañaba a la casa de tu mamá los domingos. Sorpresivamente, te dice que le agarró un tirón en el aductor (¿?) y que no tiene más remedio que quedarse en la cama viendo seis o siete partidos de fútbol.
Epílogo remero
Si bajó los brazos y parece que ya no le importa nada, tampoco le interesaría que no pudieras salir más con él porque tenés otras cosas para hacer y… No. Ojo: eso sí le puede llegar a afectar. Esos son los momentos en que a nosotros, casualmente, nos vuelve el interés. Y te decimos, otra vez, con tono sincero: “Pero no, mi amor, estás reflaca”.




















Comentarios