Cuando estás superestresada, tu cuerpo te pasa factura. Quizá te duela poderosamente la cabeza, te contractures, sufras insomnio, gastritis o alteraciones en el apetito… o todo eso junto. Además, entrás en un círculo vicioso: estás más irritable y de mal humor, menos resolutiva, perdés capacidad de atención, no tenés tolerancia y, probablemente, nada te salga bien. En medio de la rutina exigente y alocada, es fácil perder de vista que vivir a full y en continuado tiene riesgos aún más severos.
En una investigación mundial sobre factores de riesgo de infarto del miocardio llamada INTERHEART, se estudiaron los casos de 12.000 pacientes con infarto y de otras tantas personas que no habían sufrido un episodio ardíaco. “Se encontró que el estrés psicosocial crónico tenía la misma fuerza estadística como factor de riesgo cardiovascular que la diabetes o que el tabaquismo. Por lo tanto, tenemos evidencias muy fuertes de que es un factor de riesgo cardiovascular muy importante”, afirma el psiquiatra José Bonet, codirector de la maestría en Psicoinmunoendocrinología de la Universidad Favaloro.
Los sistemas corporales (psíquico, neural, endócrino e inmunológico) funcionan de una manera interactiva, comunicados ent re sí, y se regulan mutuamente: comparten las señales químicas que son percibidas por cada uno de ellos. El cerebro funciona como centro coordinador que recibe los estímulos y las señales, y envía respuestas conductuales y físicas. El doctor Bonet compara este órgano con un smartphone que recibe e-mails, SMS, whatsapps y llamadas telefónicas, y traduce todos los lenguajes en una pantalla. “El cerebro recibe señales inmunes, hormonales, ambientales y psicológicas. O sea: nuestra mente interviene en el funcionamiento físico, y puede alterarlo para bien o para mal”, explica el especialista.
“No doy más”
“El estrés es una respuesta normal y adaptativa frente a los cambios, las amenazas o los desafíos internos (como una idea angustiante, un dolor físico o una pérdida afectiva) o externos (por ejemplo: una situación nueva, una discusión, un imprevisto cotidiano). El organismo dispara un mecanismo frente a una posible amenaza: convoca a todos sus agentes a nivel inmune por si hubiera una herida, envía la sangre a los miembros inferior es por si hubiera que huir y a los superiores por si hubiera que luchar, y dilata las pupilas para ver mejor, entre muchos otros cambios. Además, libera una serie de sustancias neurotransmisoras, hormonas y mediadores del sistema inmune”, explica la psicóloga Patricia Faur, coordinadora del posgrado de Psicoinmunoneuroendocrinología del Estrés (PINE) de la Universidad Favaloro.
¿Qué sucede cuando el estrés se hace crónico? “Esa situación se da cuando la respuesta frente a una amenaza se sostiene en el tiempo y hace que todos esos preparativos se agoten porque  hemos sobrecargado el sistema. Las consecuencias pueden ser muchas: alteraciones del sueño y de la alimentación, trastornos cognitivos (de atención o de memoria, por ejemplo), dolores de cabeza, problemas gastrointestinales, endócrinos y cardiovasculares, entre  otros”, advierte la psicóloga.
Una carrera contra el tiempo
El doctor Bonet asegura que el estrés crónico altera varios mecanismos corporales: aumentan los niveles de cortisol del organismo de manera sostenida, lo que provoca cambios metabólicos en las grasas y en la glucemia, y estas alteraciones terminan afectando las arterias. “El estrés crónico hace que nos involucremos en conductas y en hábitos poco saludables, como realizar menos actividad física, alimentarnos mal o fumar”, detalla el psiquiatra.
Este especialista cuenta que, hace unos años, realizó una investigación sobre trastornos de ansiedad junto a un grupo de ginecólogos: detectaron que las  mujeres de entre 30 y 40 años tenían un nivel de preocupaciones mucho más alto que las de mayor edad. “Podemos plantear la hipótesis de que, en esa etapa de la vida femenina, la presión social es mayor: incluye el armado de una pareja, el desarrollo económico y socioprofesional y, al mismo tiempo, el deseo de ser madres. Muchas veces, tienen hijos pequeños, lo que implica una ocupación múltiple: son madres, esposas, profesionales y coordinadoras de la casa”, dice Bonet. Faur amplía el rango de edad: asegura que, entre los 20 y los 40 años, las mujeres sufren una intensa ansiedad generada por la inserción profesional o laboral, sus estudios, la búsqueda de la pareja y la maternidad biológica. “Este último factor (que tiene un carácter de urgencia debido a una ‘ fecha de vencimiento’) les produce conflictos porque se sienten presionadas para ser mamás cuando quizá tienen ganas de disfrutar su independencia un tiempo más. Además, para lograrlo deben encontrar una pareja adecuada, con compromiso y proyecto, lo que no es demasiado sencillo en nuestra época. Finalmente, cuando tienen una familia y una carrera, deben sostener eso más sus actividades sociales y sus necesidades personales y de crecimiento. Se sienten exigidas y, a menudo, frustradas y agotadas”, asegura la psicóloga. Nadie dijo que fuera fácil, ¿no?
Hacete cargo
El estrés de hoy puede enfermarnos mañana. “Frente a un ambiente permanentemente cambiante, que exige una acomodación constante, muchas veces nos adaptamos a situaciones para las que no estamos preparados. Y quizá lo hagamos tan bien que parezca que eso no nos afecta. Pero, en realidad, pagamos un costo que se acumula en el tiempo y que puede producir una sumatoria de daños y de disfunciones que llevan a la enfermedad”, advierte Bonet. En caso de estrés agudo (o sea, circunstancial), nuestro organismo cuenta con mecanismos internos amortiguadores y reparadores, pero cuando se hace crónico es necesario neutralizar los efectos nocivos de ese cuadro. “Es importante incrementar la capacidad del cuerpo y de la mente para poder manejar las situaciones a las que nos vemos sometidos permanentemente. Eso se logra a través de técnicas como la meditación, el yoga o el mindfulness (una táctica que consiste en la atención plena al momento presente), que facilitan la experiencia de relajación. De esta manera, el sistema se regula nuevamente”, aconseja el doctor Bonet. Pero no es lo único que podés hacer para evitar el estrés crónico. El psiquiatra asegura que es importante que revises tu manera de enfrentar la vida, dado que tus pensamientos y tus creencias pueden convertir tu realidad en un infierno o en un paraíso. “Debés analizar tu modo de evaluar el mundo, a los demás y a vos misma. Así vas a estar mejor preparada y pagar un costo menor por las situaciones que te depara la vida”, explica.
¡Vos podés!
Cada persona reacciona de diferente manera frente a una presión. “No existen estresores universales: que una situación se perciba como más o menos estresante va a depender de los recursos para afrontarla (materiales, espirituales, psicológicos, redes de contención social y afectiva, por ejemplo) y de la calidad de la amenaza (imprevista, sostenida, intensa, incontrolable). De ese interjuego resultará la respuesta”, agrega Faur.
Entonces, aunque la sociedad impone un ritmo y una exigencia elevados, podés incorporar herramientas que alivianen tu carga y te permitan manejar situaciones de un modo más inteligente. “También hay que tomar conciencia de la importancia del bienestar. Eso tiene que ver con la calidad de vida e implica bajar nuestro nivel de exigencia, priorizar los buenos vínculos, distribuir mejor el tiempo libre, tener metas posibles (tanto en la pareja como en lo laboral) y asumir la responsabilidad de mejorar nuestro día a día”, enfatiza Faur.
Está dicho: no se trata de lo que nos pasa, sino de qué hacemos con ello, y eso está en nuestras manos.



					

















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