Desde hace un tiempo venís incorporando a tu vida buenos hábitos (cumplís con el gimnasio, desayunás sin harinas y no bebés nada de alcohol los días de semana) y te sentís feliz por eso. Sin embargo, la balanza se niega a recompensar tus esfuerzos (al menos, no en la medida en que vos creés que debería).
¿Y si te dijéramos que no estás teniendo en cuenta algo muy importante? Según los especialistas, hay 120 hormonas involucradas en el control del apetito, y la manera en que una interactúa con otra implica un delicado equilibrio que puede ser quebrado con facilidad. Distintos estudios revelan que, después de una noche de insomnio o de mala calidad de sueño, las personas suelen despertar con mucha hambre (particularmente, de comida rica en carbohidratos). “El sueño es un importante modulador de la función neuroendocrina y de la asimila asimilación de la glucosa, y su pérdida se relaciona con alteraciones metabólicas”, explica la licenciada en Nutrición María Eugenia Castro, del Hospital Italiano de Buenos Aires. Entre otras complicaciones, la falta de horas de sueño, tan común en nuestra frenética vida de hoy, provoca desajustes en los niveles de grelina, “una hormona estimulante del apetito”, asegura la nutricionista. Y, para empeorar el asunto, después de una mala noche, el nivel de la hormona leptina cae en picada, mientras que cuando está alto, es lo que genera sensación de saciedad.
Una cuestión fisiológica
Además de incrementar el apetito, la grelina logra que los alimentos parezcan más ricos, y a causa de eso se suele comer de más. El doctor en Bioquímica Mario Perelló, líder de un equipo de investigadores del Instituto Multidisciplinario de Biología Celular (IMBICE), de La Plata, dependiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), advirtió que “la grelina aumenta cuando una persona tiene hambre, pero también en condiciones de estrés, en las que organiza una serie de respuestas que llevan a conseguir alimento”. En el pasado, esa hormona tuvo una función biológica muy importante para la especie (sobre todo, en períodos de escasez de alimentos). Sin embargo, en estos días de abundancia de comida chatarra, “estos efectos de la grelina nos juegan en contra”, reconoce Perelló.
Un estudio que llevó adelante la Universidad de Chicago (Estados Unidos) demostró que la reducción parcial de las horas de sueño aumentó en un 24% el apetito de los participantes en la investigación. Para satisfacerlo, ellos elegían alimentos dulces (caramelos, galletitas), muy salados (papas fritas y snacks) y carbohidratos (panes y pastas).
Estados alterados
La mala calidad de sueño y el deseo descontrolado de comer suelen tener un responsable común: el estrés. “Cuando existe esa condición o cuando estamos ansiosos, el cerebro envía una señal a las glándulas adrenales para que segreguen cortisol”, afirma la licenciada en Nutrición Karina Kuks, docente de la Universidad Favaloro. Esta hormona provoca que el organismo libere glucosa a la sangre, y esta se acumula como grasa en el tejido adiposo.
Además, se pueden producir problemas en los centros cerebrales que se encargan de controlar el apetito, que enviarán la señal de hambre. A eso le sumamos que “algunos neuroquímicos, como la serotonina, la dopamina y las endorfinas, están en desbalance, y entonces aparecen los ‘antojos’ de comer carbohidratos, dulces u otros alimentos que nos hacen sentir bien, como el chocolate”, explica Karina Kuks.
Las mujeres somos más propensas a padecer estos desarreglos que los varones. “El estrés las afecta más, porque su sistema nervioso autónomo y sus ejes neuroendocrinos son más sensibles que los de los hombres”, asegura el psiquiatra Enrique Jadresic, coautor del libro Psicopatología de la mujer.
Algunos estudios demuestran que, si reemplazás una hora de actividad pasiva (como mirar televisión) por una de sueño, podés disminuir un 6% tu consumo de calorías diarias. Es cierto: para dormir más seguramente debas modificar tu rutina, pero tu salud y tu silueta te lo agradecerán.





















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