Se va. Cada tanto, Natalia Oreiro deja su mundo en Buenos Aires –el caserón en Palermo, las grabaciones de la tira Solamente vos y escapa junto a su familia al campo, a una quinta de cielo poderoso y huerta orgánica en el interior de Uruguay. “Nos gusta desconectarnos de todo”, dice al otro lado del teléfono, en una de las pocas entrevistas que lleva dadas en los últimos meses. Se oyen pájaros. Se oye el silbido suave de un viento de fines del verano. Se oyen los pies de Natalia: ella conversa mientras camina por su huerta y numera todo lo que tiene alrededor. Habla de rúcula, tomate y especias; de cebollas, cebollines y espinaca. “Ahora estoy mirando la espinaca”, dice con la voz sonriente, y luego calla. Natalia, está claro, no viaja al campo solo para descansar. Lo hace, sobre todo, para salirse del sayo que le hemos puesto entre todos –el de pichón de diva de la tele y el cine– y conectar con el universo que anida en lo pequeño, con un mundo de detalles complejos que la mantiene en eje y a salvo de su propio ego.
Cuando Natalia habla de la espinaca, está hablando, de algún modo, de un antídoto: de una forma de poner los pies en la tierra. “Acá salimos a caminar por el campo, escuchamos a los pájaros, sacamos yuyos, nos embarramos: es un espacio terapéutico que nos ayuda a vernos como individuos, pero también como familia”, dice Natalia. Y es que en Buenos Aires también son y se sienten “familia”, pero las horas corren de otro modo. En la ciudad, Natalia está buena parte del día en el set de grabación de Solamente Vos –la tira diaria que hace junto a Adrián Suar– y buena parte de la noche asistiendo a su hijo, Merlín Atahualpa, quien se despierta cada cuatro horas para tomar la teta. Es decir que “la Oreiro” –esa mujer avasallante que se come la pantalla y los escenarios– es, últimamente –o al menos desde que nació Merlín–, una mujer que busca el campo como se busca el aire. Y que, aunque no se note –aunque se la vea bellísima en la tele–, vive siempre al borde del desmayo de sueño.
“Hace un año que no duermo más de cuatro horas por día”
“Y además tengo que estudiar guiones, jugar con Merlín…”, dice con placidez, pero también con cansancio. “Por suerte, tengo un marido que es divino, que está con Merlín más tiempo del que ahora puedo estar yo, pero más allá de eso hay cosas que quiero hacer, y eso tiene consecuencias: estar sin dormir durante tanto tiempo es enloquecedor y te corre automáticamente de eje. El trabajo para mí dejó de ser lo más importante. Es algo que me completa, pero no es lo único en lo que dejo mi energía. Si bien le pongo muchas pilas, no es que se me va la vida si al programa le va bien o mal. Quiero que le vaya genial y trato de hacer lo mejor que pueda, pero eso no define mi felicidad”.
Mujer orquesta
A lo largo del último año, Natalia participó del área de imagen y promoción de Las Oreiro, la marca de ropa que tiene junto a su hermana Adriana; se dio el lujo de cantar como invitada de la banda Miranda!, y se embarcó en el trajín cotidiano de hacer una tira para el prime time televisivo. De lunes a viernes, Natalia llega a Polka, se pone mucho cubreojeras y encara    jornadas de grabación que pueden tomar más de diez horas. Durante ese tiempo, le pone el cuerpo a su personaje en Solamente vos: una peluquera en sus treinta y pico que tiene éxito profesional, pero muy mala suerte con las relaciones de afecto. Sus padres se portan como si fueran sus hijos, su pareja más estable es Félix, un hombre casado (interpretado por Juan Minujín), y el que quizás termine siendo el hombre de su vida –Juan, es decir Adrián Suar– viene con cinco hijos de un matrimonio anterior. En síntesis, la “heroína” de Solamente vos podría ser cualquiera de nosotras. “Me interesaba que, dentro de un color luminoso como el de la comedia, estuviera la posibilidad de hacer algo más maduro y adulto”, explica. “Cuando empezamos a hablar con Adrián de hacer este proyecto, él me abrió la posibilidad de aportar cosas al personaje. Y para mí era fundamental hacer algo que tuviera que ver con una mujer de la edad que tengo”.
Suar le permitió salir de los clichés de las “chicas de novela”. Y fue esa posibilidad la que animó a Natalia a volver a la televisión. Después de siete años lejos de las tiras diarias (la última fue Sos mi vida, en 2006) y cerca del cine (donde fue dirigida por Benjamín Ávila, Ariel Winograd, Adrián Caetano y Lucía Puenzo), ella sentía que su regreso a la televisión solo podía darse bajo esta promesa: la de no repetirse; la de poder tocar nuevas cuerdas. “Me costaba mucho volver a la tele porque sentía que la gente solo quería verme haciendo determinados personajes”, advierte. “Y a un actor lo peor que le puede pasar es repetirse todo el tiempo. Sobre todo, porque llega un punto en el que la candidez y la frescura que la gente quiere, se  pierde. Hay gente muy talentosa que puede hacer una carrera con eso. Pero yo tengo que trabajar mucho como actriz para que la gente se olvide de que soy Natalia. Recién cuando empecé con el cine, logré sentir que la gente se despegaba un poco de Natalia y entraba en la película”.
“Si encontrás un alma gemela, sos afortunado”
¿Qué ocurre, entonces? ¿Por qué algunas cosas –el éxito laboral– cada vez nos cuestan menos, y otras cosas –el amor estable– cuestan tanto más? Natalia no tiene respuesta: dice todo lo que decimos todas (“cuando pasaste la barrera de los 35 cada vez es más difícil encontrar un hombre potable”, etcétera), pero dice también lo otro: que ella tuvo suerte. Que la suerte también –paradójicamente– entra en los planes. Y que en su caso, la vida la cruzó con Ricardo Mollo, un hombre más grande y con una vida propia que la acompaña en esta cuerda floja del primer año en el que confluyen el trabajo y la maternidad. “Si encontrás un alma gemela, sos afortunado”, afirma. “Hay mucha gente que, por comodidad, se termina quedando al lado de una pareja y no se da cuenta de que perdió su vida. Por eso valoro tanto estar al lado de Ricardo. Yo no podría haber vuelto al trabajo sin su generosidad. Creo que eso se debe a que tengo al lado una pareja muy fuerte con una personalidad definida, que es mucho más grande que yo y que ya la hizo: él no está buscándose en la vida, ya se encontró hace rato. Y eso es fundamental, porque Ricardo se pone contento con mi felicidad”.
Natalia hace silencio y no queda claro si se emocionó, si está pensando o si cayó rendida de cansancio.
“Hubo… pájaros”, explica finalmente, y se oye un aire suave: una respiración o un viento. “Una bandada de pájaros pasó por acá, fue hermoso”, agrega. Y luego, como si se hiciera un regalo a sí misma, vuelve a callar.
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