Chicas, aunque no parezca, un montón de pensamientos nos atraviesan durante el atroz momento de acompañarlas al supermercado. El primero es de lamento por no haber tenido una excusa convincente para quedarnos en casa. El segundo es de alivio: podría haber sido peor tener que ir a comer a lo de tus viejos, lo que es un trámite igualmente denso, pero dura más tiempo.
Lo que él quiere
En realidad, si tu novio pudiera expresarse libremente, votaría por ir al mercadito chino de la esquina. Ese que tiene poco y nada, pero donde cualquier compra no dura más de siete minutos, porque el cajero te despacha con la velocidad de un médico de obra social. Seguramente, vos le ponés onda al asunto y le decís que se trata de las compras del mes, pero él, en ese momento, empieza a sospechar que a la semana siguiente van a tener que regresar por si se acaban o se vencen algunos productos.
Un trámite insufrible
Una vez en el súper, tu chico puede dedicarte algunos epítetos (todos para adentro, claro), porque le encajaste el carrito y no puede twittear pavadas. No te preocupes, al rato va a estar jugando carreras con el changuito del tipo de al lado. Su mente tampoco descarta derribar la pila de sandías al final del pasillo.
Por favor, no le pidas consejos sobre los productos ubicados en los estantes, ni los costos, ni las marcas. La única forma en que puede interesarnos una góndola es si se cae sobre otra, tipo dominó. Para eso no hay precio, seguro.
Por ese motivo, tu chico va a responderte con cara de póker cuando le comentes sobre una sensacional oferta de aceite de oliva. Si lo querés exponer a una muerte lenta –aunque no creo que sea tu deseo–, podés llevarlo al atrapante sector de los artículos de limpieza. Pero mejor sería dejarlo en la zona de autopartes, que suele estar en los mercados más cool. El riesgo es que se entusiasme con comprar un tapizado nuevo para el auto por un valor equivalente a siete carritos llenos de alimentos.
Nuestro peor momento es cuando ustedes piden que les alcancemos ese queso de tal marca y color, untable, larga duración, con envoltorio verde, hecho en Francia. Llegamos a un grado tal de confusión que, después de unos minutos, volvemos con una lata de atún desmenuzado…
Y ni hablar del instante de llegar a las cajas, donde en cualquier fin de semana se producen embotellamientos de carritos, como si fueran autos que regresan de las vacaciones. Obviamente, van a avanzar más rápido todas las filas no elegidas por ustedes, por lo que es indispensable ponerle humor al asunto.
Si para los hombres ir al súper es un viaje de ida, también lo es de vuelta, cuando debemos cargar con miles de bolsas, como si nos fuéramos a un refugio antiatómico por seis meses. Ojo: podés pedir que te lleven la compra a tu casa, y sugerirle a tu chico que espere al cadete en el sofá, mientras mira la repetición de los goles que se perdió por la excursión supermercadista. Así, te va a tener entre sus mejores pensamientos.












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