Seguramente, alguna vez atravesaste esta situación: ese chico que tanto te gustaba finalmente te  invitó a salir. Luego de la cita, en la que la pasaron fantástico, te dejó en tu casa, pero en lugar de darte un beso apasionado, te sorprendió con un abrazo casto y familiar.
Antes de que concluyas que no tuvo onda con vos y borres su teléfono para siempre, te advierto que pueden haber otros motivos para que se quedara en el molde. Prestá atención.
Me quiere… ¿O no me quiere?
“Puede fallar”, habría dicho Tusam (padre o hijo), y es cierto. Muchas veces, nosotros nos sentimos lejos de ser unos depredadores seriales al estilo Matías Alé. Es que inmersos en nuestras dudas, no sabemos si hay agua en la pileta como para tirarnos de cabeza, por más que hayas aceptado la salida. No somos pocos los que necesitamos una pista, algún rastro o un guiño cómplice para avanzar en terreno inhóspito.
La cuestión es que si el muchacho que tenés enfrente on un daiquiri se va en charla pero no intima, es porque necesita un empujoncito. Para la psiquis masculina, esto implica una mirada frontal y sostenida o un roce de manos sutil. Incluso, que le preguntes cosas personales, como su pasado amoroso, puede sugerirle tu intención de ingresar a su mundo.
Otra situación que explique la huida del galán es que le hables de continuado como un  comentarista deportivo, porque puede suponer que lo único que te importa es tener una oreja antes que a un hombre entero. También es posible que se maree tanto con tu discurso que no sepa bien para qué salió con vos o qué hace en ese lugar.
Ojo: no pierdas de vista que quizás hayas mencionado algo inapropiado para una primera cita. Por  ejemplo, que no querés perder el tiempo y que pretendés estar casada y con hijos de acá a dos años. Te advierto que se va a sentir más asfixiado que en el club de fans de Maru Botana.
También hay damas que se pasan de sinceras con cierta información. Fijate si no le comentaste con lujo de detalles sobre el herpes que te salió la semana anterior, o acerca de los resultados de la ingesta masiva de porotos del otro día. Posiblemente, el pobre muchacho proyectó lo que le esperaba para cuando tomaras aun más confianza y huyó hacia otra guerra.
Vinculado a lo anterior, no descartes que él esté sufriendo por imprevistos naturales. Es decir, que tanta cerveza o gaseosa lo hayan obligado a despedirte en una fracción de segundo para buscar un baño. Esto lo podés comprobar fácilmente si notás que sa le corriendo como el campeón olímpico Usain Bolt.
También es probable que la haya pasado genial, pero que tenga tres trabajos y que al final de la noche esté muerto de cansancio y piense más en una almohada que en caer en tus brazos.
Entonces, si la salida no culminó como esperabas (con un beso hot o algo más), pudo haber pasado algo de lo antedicho. Solución: esperá a una eventual segunda cita. Ahí, sí: si a la media hora no te encara, lo agarrás de las solapas –o de donde te parezca– y le decís: “Escuchame, vos… ¿Qué onda conmigo?”. ■












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