Los hombres preferimos que nos caiga un piano de cola en la cabeza antes de que te enteres de ciertas impericias que nos abochornan. Como las ocultamos sigilosamente, es posible que no las conozcas… Pero como quiero que nos entiendas mejor, voy a decirte cuáles son.
Hacer un asado
Que un tipo no sepa hacer semejante comida en una reunión de amigos puede reducirlo inmediatamente a la condición de medio hombre. ¿Cómo disimulamos esa ignorancia? Astutamente, nos ponemos al lado del asador –nuestro cómplice– para que vos pienses que colaboramos en algo. En realidad, solo hacemos una inspección ocular de las achuras y aportamos unos chistes jocosos para que el grupo masculino no nos delate. Lo principal es no terminar haciendo la ensalada mixta, lo cual sería un bochorno de difícil retorno.
Jugar al fútbol
Sí, hay varios que no nacieron para eso de patear una pelota. Las piernas no les responden adecuadamente o en su infancia prefirieron el “ring raje”, antes que entreverarse en un picadito. Por eso, cuando están obligados a jugar con sus sobrinos o con sus propios hijos, impostan una  técnica superior al pisar la pelota, sabiendo que quizá estés mirando. Si manda la pelota a la calle al querer patearle un tirito al nene, va a decirte que justo le dolió el aductor o que la pelota se pinchó en el trayecto. Pero no le creas nada.
Cambiar un cuerito (o lo que sea)
Es hora de confesar que muchos de nosotros solo sabemos abrir y cerrar bien la puerta de  nuestro hogar. Las demás tareas caseras son desconocidas. El problema es que el hombre tiene la “obligación social” de saber de arreglos. Entonces, va a pasar esto: cuando le pidas que cambie el cambio del cuerito de la canilla –el abc de los desperfectos caseros– él te responderá: “Uh, hoy se me hizo tarde”. Finalmente, va a inventarte otra excusa, con el fin de que llames al portero, porque la realidad es que no tiene idea de lo que hay adentro de una canilla. ¿Cómo deschavarlo? Pedile que cambie una lamparita. Si necesita ayuda, está todo dicho…
Arreglar el auto
Manejar un auto no significa que sepamos algo de lo que hay abajo del capó. Por más que hagamos comentarios sobre tal ruidito del motor, la triste verdad es que no pasamos de subir o  bajar las ventanillas. Pero nos avergüenza que nuestra pareja se entere de que sabemos tanto como ella en lo relativo a la mecánica. Seguramente, si pasa algo con el tutú, ensayamos una explicación rigurosa, como que se trata de las bujías, cuando en verdad nos quedamos sin nafta. Por eso, nos encomendamos al mecánico como si fuera un gurú del Tibet y rogamos que no nos mate con el costo del arreglo. Colofón: si tu chico piensa que es Marcos Di Palma, desconfiá.
Cierre piadoso: si el muchacho no sabe hacer un asado, ni jugar al fútbol, ni cambiar un cuerito ni arreglar un auto, no le hagas ningún comentario, porque aun así puede ser sumamente encantador. Pero, por sobre todas las cosas, no le digas que yo te avisé.












Comentarios